lunes, 18 de abril de 2011

La cabeza contra la pared

Fabio FusaroPor Fabio Fusaro  lunes 18 de abril de 2011 07:14 PDT
A Florencia la había dejado su novio de tres años.

Los esfuerzos que hizo para reconquistarlo fueron desde el clásico llanto con súplica, hasta la carta manuscrita por debajo de su puerta. Nada dio resultado.

La famosa frase de Einstein: “El ser humano es el único ser que espera obtener resultados diferentes del mismo experimento” era aplicable a Florencia sin desperdiciar palabra.

Me resultaba muy difícil poder ayudarla dado que estaba totalmente aferrada a la idea de que sin Ernesto jamás podría tener una vida plena y feliz.

Y Ernesto estaba total, completa y absolutamente en otra cosa. No había otro camino que resignarse a aceptar que la relación estaba terminada, que había que hacer el duelo correspondiente y seguir adelante. Y si en un futuro la situación tomaba un giro inesperado, bienvenido sea (o no), pero por el momento, estaba todo dicho.

Dos meses más tarde Florencia se enteró por el bendito Facebook que su ex estaba muy feliz con su nueva pareja, una compañera de trabajo que se había unido a su empresa poco antes de la ruptura.

Fue allí cuando Florencia desesperada decidió hacer otro intento por recuperarlo.
-Pero Flor –le dije- si nada te dio resultado, ¿qué es lo que te hace pensar que puede funcionar ahora que encima sabés que está en pareja con otra persona?

La respuesta de Florencia careció de toda lógica y fue la siguiente: “Es que necesito darme la cabeza contra la pared”.

Y no fue esa la única vez que escuché esa ridícula frase, con la cual justifican su accionar las personas desposeídas totalmente de amor propio.

“Necesito darme la cabeza contra la pared”.

Pregunto: ¿Quién necesita realmente partirse la frente?
A pesar de esa afirmación, para los cabezarompistas nunca es suficiente y una vez que se dieron la testa contra el muro, vuelven y vuelven a tomar carrera y a pegársela de nuevo.

Si alguna vez se nos cruza esa frase por nuestra todavía sana cabeza, no nos hagamos trampa jugando al solitario. Lo que buscamos no es un golpe. Es solamente una excusa para hacer un intento más.

Y si el que nos dice que necesita darse la cabeza contra la pared es un hermano, hermana, amigo o amiga, seguramente tendremos ganas de responderle: “¿Y qué te parece si te la doy yo?”

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